jueves, 30 de junio de 2016

“Menea para mí” –el amor en un barrio bajo–

Muchas veces se habla del teatro psicológico o del thriller para exorcizar los miedos que un director o autor llevan dentro. Y se nota por todos los huecos del guión, en la puesta de escena y en los diálogos. Los amantes del teatro siempre se dan cuenta cuándo y por qué, el director puso su realidad; guste o no, esté plasmado de forma errónea o precisa. La cuestión que incomoda es cuando uno presencia una obra que descoloca. Cuando la obra traspasa la ficción y parece ser todo realidad. Como en esos films de Carlos Sorín con no actores y sí con lugareños, que hace todo híper real y uno pierde parámetros. Se entra en un laberinto del que no sabe cuál es la entrada ni la salida, como tampoco qué es verdad y qué no. “Menea para mí” desorienta, atemoriza, apasiona, incomoda, provoca y enamora. Y Mariana Bustinza es la clave. Su vida, su pasado, su arte, su idioma y su lenguaje corporal, son los que nos ahogan durante una hora y minutos de función.

Dicen que Twitter en su afán de contar lo que está sucediendo en el momento, agiganta la realidad. Precisa descripción de lo que también es Bustinza como dramaturga y directora. Ilógico que esa comediante de Improvisa2 que hace reír desde hace años en los escenarios argentinos, nos plantee esa escena patética y lúgubre. Desde que atravesamos la puerta de la sala, ella con sus artilugios subliminales nos adentra en el corazón de una villa, donde sombras adolescentes hacen su vida. Lo más opaco del ser humano expuesto como la Zona Roja de Amsterdam. Almas petardeantes, desafiantes, derrumbadas y penosas en primer plano. La ambientación es perfecta. Podría decirse que nadie en el teatro nacional, representó de forma tan exacta a una villa.

La obra es una radiografía de la Villa 21, suponemos por el lookeo de Huracán de la mayoría de sus integrantes. Y así, podemos observar y entender la vida de El Maxi (Luciano Crispi), de qué vive, quiénes son sus amigos, qué relación tiene con sus pares, su ferocidad cuando cuida a su hermana menor y la cursilería genuina cuando le demuestra su amor a La Pao (Vicky Schwint), y cuando arruina su noviazgo por las consecuencias de la droga. En su periferia, pero casi a la par de protagonismo, emerge la oscuridad de El Tucu (Ezequiel Baquero), otro pilar de este suburbio, que en su lumpenaje, mantiene una fidelidad inédita con La Magui (Victoria Raposo). Más irascible que su compañero, se posiciona como un verdadero bandolero. Solo verlos, asusta. Completa este tridente, El Wester (Germán Matías), el más rudimentario y efectivo. Absoluto acierto de Mariana Bustinza para darle a todo su matiz justo. A los modismos, a los arranques, balbuceos y por sobre todo al vestuario. Un trabajo global, que muestra además de su dirección general, la particularidad que realizó con cada integrante.

“Menea para mí” inicia desde que uno entra a la sala y se acomoda en la butaca; y termina cuando uno empieza a olvidársela. Porque luego del aplauso final, resabios de lo vivido comienzan a gotear en nuestros pensamientos. Y nos puede venir la remera Lacoste made in La Salada de La Peque (Mica Quintano), la vulgaridad de La Pao o lo andrógino de La Rocha (Florencia Rebecchi). Todas percepciones que tal vez no asimilamos cuando vemos la obra pero después decantan y no hacen más que enaltecer la figura de su autora. Algo es cierto; nada de lo que vemos gusta. Porque por sobre todo, sobrevuela nuestro miedo y nuestro estado de alerta. Sus performances bailadas que narran escenas de sexo, pelea, escape, drogas y violencia, profundizan la tensión. Y cuando parece que todo drena, La Mami (Mechi Hazaña) y su estética primitiva, saltan a escena. Nadie sobreactúa y eso, en su contexto, definitivamente abruma.

“Menea para mí” es un todo corrosivo que nos mancha lo tomemos de donde lo tomemos. La demostración del talento de Mariana Bustinza para con una obra de teatro, quedarse en nuestra antología para siempre.

Por Mariano Casas Di Nardo




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