martes, 8 de diciembre de 2015

"Extinguidas"

José María Muscari es hoy, el mayor titiritero del espectáculo nacional. Y no le importa con quién esté interactuando. Él es fiel a sus convicciones y no hay ego, vanidad o prócer del teatro que interfiera entre su idea terminada y su génesis. Con “Extinguidas” cierra un ciclo que comenzó en el 2009 con “Escoria” y siguió con “Póstumos” en el 2011; una saga que habla sobre las personalidades del arte que vivieron la fama y el olvido con la misma intensidad. En este caso, con diez actrices y vedettes bombas, que en la década del 80, explotaban tanto en la televisión como en los escenarios porteños y en las portadas de revistas. No eran diosas de forma literal, pero los hombres las trataban como tal. Hoy, sentadas en el cordón de la vereda de la gloria, vuelven a brillar con toda la nostalgia de la purpurina que les quedó en la piel y que les es imposible de quitar.

Beatriz Salomón es la primera en aparecer en esta especie de Spa, que se parece más a un infierno o antesala del cielo, que a un lugar donde la gente va a relajarse y a encontrarse con su propio cuerpo. Y ahí confluyen todas. Una más importante y destacada que la otra y viceversa. Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyrou, Mimi Pons, Sandra Smith, Naanim Timoyko, Pata Villanueva y la mencionada Beatriz Salomón. Diez tanques de acero inoxidable que sobrevivieron a las guerras más arduas, mientras sus conductores están todos muertos. Ellas intactas, con su seducción inalterable aunque con menor efecto.

Las obras de Muscari se completan con el público. Desde siempre. Ya sea en la postal que conforman siempre un mismo perfil para cada obra, como en los gestos, los asombros y los codazos sutiles que evidencian una de sus transgresiones. Y en “Extinguidas”, no sabemos en cuáles de los polos están las protagonistas. Porque de un lado están las mujeres que sabemos lo que harán, y del otro, personas que van a buscar eso que dejaron de recibir desde fines de los 80. Entonces todo el desarrollo de la obra es una fiesta, simplemente porque se complementan las partes. “Extinguidas” es una locura perversa que hace de la nostalgia el motor, y de la gloria de ya no ser, el aplauso. Lo que se ve es para llorar, sin embargo la gente se alegra a rabiar con cada una de las diez sirenas que cuentan su vida entre confesiones de excesos, desdichas, orgullos y rencores.

Algo es indudable. No perdieron su esencia. Y uno no sabe a quién mirar. Atraen de por sí la mirada de cualquiera y eso en muchos momentos hay que multiplicarlo por diez. El típico monólogo deprimente de cada una se altera con un chiste o una salida elegante, como cuando de fondo vemos a la inalterable Adriana Aguirre tocándose el cuerpo desnudo, mientras adelante lo que se escucha es un dramón. Código Muscari a pleno.

Si Salomón es el desparpajo, Albinoni es la comedia, Alan el drama y Smith la vigencia. Patricia Dal la cuota mística, Villanueva el descontrol eterno, Timoyko la incertidumbre, Aguirre lo bizarro y Peyrou la duda de saber si el tiempo a ella le pasó o no. Cierra Mimí Pons con lo mítico, tanto por ella como por su hermana Norma.

La mejor parte de la obra no se describe para que cause en el lector la misma sorpresa y alegría que en quien escribe. Pero será inolvidable. Un vestuario potente y una iluminación que realza todo, terminan de darle la atmósfera ideal que Muscari busca para enaltecer las figuras de estas diez mujeres que ya son parte de la historia teatral y revisteril de Avenida Corrientes.

“Extinguidas” es el sello autenticado de su autor. Una obra que quedará en nuestra cabeza durante mucho tiempo. Por lo fuerte, audaz, angustiante, real y melancólico. Que no defrauda y que por demás, sorprende. Diez mujeres que vuelven al primer nivel de la mano del mejor director que les podía tocar. José María Muscari, el mejor ilusionista y mayor embustero. Resumiendo: el gran titiritero.

Por Mariano Casas Di Nardo






sábado, 14 de noviembre de 2015

"Un grito sobre una pieza menor"

Lo único que podía motivar a ver una obra que ya su nombre no es claro, era la presencia de Yoska Lázaro como autor y director. Como ese seguro de calidad al que uno se aferra cuando se lanza a la aventura de ver una obra de teatro. Porque piezas teatrales, uno a lo largo de su vida ve muchas, pero recordar con vehemencia alguna, pocas, por no decir ninguna. Y “Vago”, su creación anterior ya tiene un lugar en el Olimpo de las inolvidables. Entonces la lógica nos decía, que de una obra a la otra, no podía bajar su nivel, sino subirlo. Y tal cual, porque “Un grito sobre una pieza menor” es un acierto desde donde se la evalúe.

Los primeros tres segundos de obra, inquietan; pero no por lo atrevido, sino porque uno cree estar frente a lo básico del teatro independiente deprimente, que se nutre de una lamparita, una silla y textos inentendibles. La voz en off de Alejandro Apo despabila, pero lo visual empobrece. Claro, el “actor” (así de impersonales son los personajes), creación del exacto Marcelo Saltal comienza a hablar y nos sopapea sin previo aviso. Y de ahí, una catarata de indirectas y directas sobre el universo del intérprete, del crítico, de los teatros, del público y demás. Un texto alucinógeno que hace reír y lagrimear por igual, depende el vínculo que se tenga con lo que se está diciendo. Acompañan Federico Minervini como “otro actor” y Pablo Barletta, quien cierra el tridente.

La escenografía es minimalista. Un par de luces, tres tarimas con diferentes alturas y un banco detrás. La iluminación varía según la importancia del protagonista, aunque ninguno sale de escena cuando otro habla. Una relación centrífuga entre actores y personajes de obras, que se debaten entre el arte y la realidad. Para enmarcar en un cuadro dos momentos, el de la dicotomía de uno de los personajes que reflexiona entre su oficio y su pasión; y en el tácito mea culpa de quien lee una crítica donde no figura. Pinceladas que demuestran que todas las personas que figuran en los créditos del programa de mano, saben lo que están haciendo; liderados por el enorme Yoska Lázaro, que incluso siendo español, ya es un referente del teatro argentino. “No te vayas nunca” lo podríamos gritar; pero está bien, puede hacer lo que quiera, porque ya nos regaló “Vago” y “Un grito sobre una pieza menor”. No hay que ser egoísta.

“Un grito sobre una pieza menor” es tan triste como divertida y hace reír con la misma intensidad que puede hacer llorar. Porque es la verdad. Difícil para quien se reconoce, exagerada para quien no. Tres actores que procesan sus propios miedos, demuestran sus miserias y se psicoanalizan en vivo. Nunca terminarán la obra de la misma forma en que la comenzaron, como ninguno de los espectadores puede salir lúcido de semejante hervidero de pulsiones. Porque Yoska se encargó de repartir piñas y caricias durante los cincuenta y cinco minutos de duración. Algunos podrán irse deprimidos, otros, como quien escribe, con ganas de darle un gran abrazo por la maravillosa obra de teatro que acababa de brindar.

Por Mariano Casas Di Nardo 



lunes, 26 de octubre de 2015

“Si magia quiere usted”


“Si magia quiere usted” parecería ser la primera obra de teatro infantil que se realizó en la historia. La génesis de todo. La pieza de la cual se abrieron todos los caminos que llevaron a los artistas a divertir a los niños sobre un escenario a lo largo del tiempo. Porque su autora y directora Belén López Marco, presenta un salpicado de todo, en exclusivas y artesanales dosis. Un poco de baile, un poco de falsa interacción con el público, un poco de música en vivo, un poco de mimo y mucho de actuación. Arte puro a disposición de una pequeña historia para chicos.

Lola Madini (Belén López Marco) es una chica que quiere brindarles a sus vecinos una fiesta para celebrar la independencia de su barrio. El problema surge cuando la llama la que haría la música del show para cancelarle. Entonces ella recurre a un volante que tenía de “una música que hacía música para eventos". Al llegar, esta “música” llamada Clara Baguala (Bárbara Camacho) pierde su cancionero y todo comienza cuando lo intentan encontrar. Dos actrices en escena que a puro histrionismo achican aun más la sala del teatro La Pausa. Se agigantan, porque saben lo que hacen y lo hacen a la perfección, dando en cada gesto, una clase de actuación. Sus cuerpos en función de mostrar sensaciones. Es que todo en ellas es un gag, un chiste, una mueca. Una, Bárbara Camacho, siempre en un segundo plano –como tímida a la historia–; y otra, Belén López Marco, exponiéndolo todo. Con seguridad, estemos ante una de las actrices más expresivas del teatro independiente. Su sonrisa lo dice todo. Los chicos no lo ven directamente, pero lo perciben. Y los grandes nos dan cuenta. Detrás de esa historia que progresa sin cambios bruscos, hay muchos años de estudio, talento y esfuerzo. Una dirección acertada y un libro preciso, aunque difícil.

Las voces en off de Norma Aleandro y Mariela Passeri pasan desapercibidas, porque es tanto lo que ofrecen sus dos protagonistas, que hasta perdemos registro del pequeño escenario, aunque sí del estético vestuario.

“Si magia usted quiere” es una caricia teatral de apenas cuarenta y largos minutos. De aura infantil, pero para que los grandes también disfruten. Un regreso a esa niñez sana, que se nutría de canciones suaves, risas, sonrisas y gestos atolondrados pero inocentes. Un acierto absoluto de su creadora y protagonista Belén López Marco, que traza así un nuevo piso de nivel, del cual ya no podrá bajar. Recomendado para chicos con bagaje teatral y para padres apasionados de las tablas.

Por Mariano Casas Di Nardo





martes, 8 de septiembre de 2015

“Tanguito mío”

“Morir con las botas puestas” dice el viejo dicho. Sin embargo, en el caso de sobrevivir, con ese mismo calzado, uno puede ganar premios, prestigio y la atención de todo el universo de teatro infantil. Y esto último fue lo que le sucedió al audaz y talentoso Gastón Marioni, quien tuvo la loca idea de hacer un musical tanguero para los más chicos. Un absoluto acierto que entretiene a todos. A los más chicos, a los más grandes, a los que disfrutan de la actuación cantada y a los que aman el tango. No es una introducción al tango. Es el 2x4 a disposición de una historia para la familia.

Siempre se agradece la no subestimación al público infantil. Una opción que al parecer no entra en la consideración de su autor y director, el mismo Gastón Marioni. Porque pone todo. Agregada la música original de Tato Finocchi, además de todos los tangos que oímos al progresar la historia, la obra se disfruta desde la primera coreografía hasta la última.

La creación de cada uno de sus personajes es minuciosa y extraña. Pero al segundo ya nos familiarizamos con todos. Tal vez los nombres no queden en la memoria, pero sí su aura. Tanguito es el héroe, mientras Rasúl es el malo. Pero entre estos polos bien opuestos, todos se destacan. Desde el panadero Donato (exquisito personaje de Marcelo Allegro), hasta Deka, el niño al que engañan con un noviazgo forzado; pasando por Sarita, Mawiya, Expósito, Juan (el simpático dueño del conventillo; y la dulce Milonguita.

Todo es de diseño en el mundo de “Tanguito mío”. El vestuario, el juego de luces, los aviones de papel, las coreografías  y la escenografía. En lo que uno pueda analizar, hay mucho trabajo previo, decisiones, debate y conclusiones acertadas. Y se traduce en un público que no baja su atención. Los más chicos por seguir los periplos de Tanguito, y los más grandes por seguir la letra de los reconocidos tangos “Malena”, “Cambalache”, “Como dos extraños”, “Los Mareados” y “Balada para un loco”, entre muchísimos más.

Su programa informa que la obra fue galardonada con el ACE 2013, cinco premios Hugo, dos Atina, uno Nacional de Cultura 2012 y uno de Teatro del Mundo. Sin embargo no se trata de presumir, sino de avisarnos. Entonces uno afina más el gusto y alerta sus sentidos. Y al salir, se entiende porque todo el público, críticos y aficionados, hablaron maravillas. La obra vale la pena.

Por Mariano Casas Di Nardo

lunes, 31 de agosto de 2015

“Duendas mágicas”

La obra escrita por Franco Rau y dirigida en conjunto con Guido Gastaldi, es una de las grandes sorpresas del teatro para chicos de los últimos tiempos. Porque entretiene por demás y porque deja un mensaje claro, universal y que todos los niños y padres deberíamos seguir al pie de la letra para vivir en un mundo mucho mejor.

Mía (Sofia Amoresano) y Tomi (Claudio Ibarra) son dos chicos preocupados por divertirse, amantes de los cuentos de hadas de Disney, pero también interesados en los derechos de los chicos. Éstos son, a no ser discriminados por cuestiones físicas, a tener una familia y a la libre expresión. Es por ello, que por arte de magia, las tres duendas mágicas que tenía la inquieta Mía en su poder, se convierten en reales, y les proponen un viaje por su universo, donde en cada cuento y en cada historia, se les materializará y se les explicará uno de los derechos por los cuales pregonan. Las duendas mágicas, algo alienadas, son encantadoras.

Muchos son los aspectos a destacar de “Duendas mágicas”, pero sin duda, la agilidad y atractivo de cada uno de sus cuadros y canciones, hacen que la obra se disfrute al máximo y sin atender el paso del tiempo. El vestuario –crédito de Calandra-Hock–, impecable en todos sus cambios, hace parecer todo una súper producción. Otro acierto, es la utilización del reducido espacio del teatro El Porteño, el cual convierten en gigante, debido a coreografías precisas, desarrolladas por Ariel Pastocchi.

En las obras infantiles, algo es claro, cuando sus protagonistas disfrutan y se emocionan al hacerla; los chicos reciben buena vibra y la pasan bien. Y eso es lo que se vive en esos sesenta minutos de canciones e historias. Una fiesta. Donde los chicos incorporan mensajes positivos y los grandes asienten y disfrutan.

Muy buenas y amigables actuaciones de Agustina Suárez (Mimí) y de Noelia Amoresano (Fifí) como duendas, aunque es la histriónica Giuliana Olarticochea, quien como la duenda Kikí, se gana la obra a base a su locura escénica. Sofia Amoresano y Claudio Ibarra, convincentes en sus personajes, enaltecen la obra. El playback de sus mismas voces, suma en espectacularidad, aunque siempre las voces en vivo, dan otra cercanía con el público.

“Duendas mágicas” es una entretenida y simpática obra de teatro, que revitaliza esos momentos inolvidables que los padres disfrutan junto a sus hijos y viceversa.

Por Mariano Casas Di Nardo

lunes, 24 de agosto de 2015

“El patio de Carlota”

Sólo en Buenos Aires puede suceder que en un teatro pequeño de un barrio periférico al circuito grande, den una comedia donde se ve que la pasan bien tanto los actores como el público. Y revuela un aire de felicidad absoluta, por fuera de lo que es el arte en sí. Y uno se siente feliz. Porque en esa hora de duración, todas son sonrisas. La de los protagonistas, que hacen lo que aman y las de los espectadores, que se divierten y consiguen lo que van a buscar: distracción y pasar un momento ameno y simpático.

El patio de la casa de Carlota tiene vida propia. Claro, su anfitriona hace todo lo posible para que todos se sientan contenidos y cómodos. Una especie de conventillo, donde todas las personas más grotescas del imaginario barrial, caen en gracia. La vecina judía, la mujer de mala vida, la joven de dudosa y fácil economía, la atractiva adolescente, el chico futbolero, el padre burrero, la nuera embarazada con su marido de poca inteligencia, un semental destapador de cañerías todo poderoso y una directora de escuela, más otros personajes extraños.

Escrita por Edith Laura Allan y dirigida por Rubén Hernández Miranda, la obra entretiene y en su homogéneo elenco, reside la clave de todo. Cada uno por su parte, lleva la obra para el mismo lado, capitaneado todo por el histriónico Juan Carlos Muñoz, la misma Carlota. Otros puntos fuertes, son Gabriela Manildo (La Elizabeth) y la bella Evelyn Alfonso (La Jeniffer), quienes sostienen todo con sus actuaciones y caracterizaciones.

“El patio de Carlota” es una comedia de pasillos (cambiamos el término de puertas), al estilo “Esperando la carroza”; donde desde el grotesco, las historias más inverosímiles surgen de la vida privada de nuestra heroína Carlota. Un correcto vestuario y una iluminación acorde, hacen que todo quede en forma precisa. Nos reímos y es suficiente. Para aplaudirlos de pie.

Por Mariano Casas Di Nardo

jueves, 13 de agosto de 2015

"Terrenal"

No es por contradecir al título, y menos hacer un sombreado antagónico, pero si algo no es la obra escrita y dirigida por Mauricio Kartun, es eso, terrenal. Porque los dos protagonistas que le dan vida en sus primeros minutos al cuento, hacen fácil lo difícil; y porque cuando se suma el inmenso Claudio Rissi, la obra en su ascenso, se va convirtiendo en un ejemplo de todo. De dramaturgia, de dirección y sobre todo, de actuación. Lo que hace "Tatita" en escena, es simplemente maravilloso. Y aunque la etiqueta quede periodísticamente básica, la reforzamos: “maravilloso”.

Ante una obra de Mauricio Kartun, uno por lo general, baja las defensas y se deja llevar. Porque se supone que muchas instancias ya están superadas y garantizadas. Se comienza desde un nivel más que aceptable y puede elevarse a muy bueno, excelente o en este caso, inmejorable. Es que podríamos escribir líneas y más líneas sobre su texto, su dirección, sus diálogos, sus mini monólogos, su puesta en escena, su iluminación y su musicalización, porque todo está apuntado a una misma intención; que el espectador disfrute. Su escenografía es única pero a su vez, panorámica; porque no tiene nada, pero la mímica y la precisión gestual de sus protagonistas, la ponen en todos los planos.

La historia es la de Caín y Abel, en una lucha entre cordial y tensa por el terreno donde viven. Un paralelismo constante entre la leyenda y el año en que transcurre la vida de estas dos personas, un domingo cualquiera en su Edén de cabotaje. Claudio Da Passano es Abel, mientras Claudio Martínez Bel es Caín. Y detrás, como un ser todo poderoso, refleja Tatita, la mejor versión de Claudio Rissi sobre un escenario. Si existen escalas que miden los terremotos, los grados de temperatura y lo que sea, después de ver “Terrenal”, tranquilamente se podría hablar de una escala Rissi para evaluar a los actores. Claro que el cero sería bueno, y el diez, lo que hace en la obra.

Para quien se jacte de teatrero, es obligación verla. A quien le guste todo lo que ve sobre un escenario, seguramente se enamore; y a quien no le guste nada, un lindo desafío para continuar con su política. No es una obra que nos cambie la vida ni que nos explique nuestra existencia, pero brilla en todas sus partes y eso la vuelve única y paradigmática.

Por Mariano Casas Di Nardo 




Shrek, el musical

La cuestión sobre “Shrek, el musical” era saber en primera instancia, si un producto bien de estilo Broadway, podía funcionar en nuestra cartelera porteña. Porque su público en principio estaba muy abierto. Obra infantil en un formato para grandes, con personajes de dibujitos pero comprometidos a una duración que excede la atención de los más chiquitos. Sin embargo, su resultado es óptimo, por lo que todas las dudas de antemano, se disipan rápidamente. El todo es absoluto. Y se disfruta, de principio a fin, sintiéndose uno orgulloso por estar viendo un show de primer nivel mundial.

Tal vez el primer cuadro genera incertidumbre, pero ya es con la segunda escena y con la aparición de todos los freaks (Pinocho, Tres Chanchitos, Peter Pan, Lobo Feroz, Patito Feo y Caperucita, entre otros), que uno se relaja y se dispone a disfrutar de algo único. La música, el vestuario y la destreza tanto vocal como física de los actores, queda claro en los primeros minutos. Ahí nada es improvisado. Y como un sistema de relojería suiza, todo funciona a la perfección.

Pablo Sultani es Shrek, Mela Lenoir, Fiona; Talo Silveyra es el burro y el genial Roberto Peloni, Lord Farquaad. Un póker de artistas que llevan el musical en la piel. Y si sus líderes son la excelencia, el resto en su afán de ponerse a la altura, también brillan. De hecho, lo momentos más logrados, son cuando están todos juntos, demostrando que el pequeño escenario del Maipo, no los incomoda. Una precisión quirúrgica para moverse, ir y venir, que uno tiene sólo que comprar la historia.

Todos son los puntos a favor de la obra en sí, pero sobre todo el vestuario y la escenografía, nunca dejan de deslumbrar. Solo un parpadeo de telón, para que aparezca el paisaje más inverosímil. Un dragón inédito y efectos sonoros y lumínicos, en más de un pasaje, asombran. Y en su epílogo, cuando la selección de freaks  vuelve a aparecer y se manifiesta como Los Miserables, la obra roza la perfección.

Shrek es un musical de lujo para nuestra cultura teatral y se agradece que se ponga en cartel. Con intérpretes de primer nivel actoral, la visión esclarecedora de su directora Carla Calabrese y la exhibición musical de Gaby Goldman. Para disfrutar y dejarse sorprender por la magia de un musical traído en exclusiva del verdadero mundo de las fantasías. Una joya que queda en nuestra memoria por siempre.

Por Mariano Casas Di Nardo

sábado, 8 de agosto de 2015

"Como quien oye llover"

Lo mejor de Juan Pablo Geretto es cómo posiciona a sus personajes en escena. No hace la típica introducción sino que ya los planta en situación y con el correr de los segundos, cuando la historia de cada uno va progresando, ya nos estamos encariñando. Incluso, sin saber quiénes son ni qué pretenden, pero la suavidad de los mismos, ya nos ganó la confianza. Como ese amor a primera vista; pero en este caso, empatía entre su personaje y nosotros, que aflojamos esa postura de “a ver qué hace”, para acompañarlo en su devenir. Geretto brilla en el escenario del Paseo La Plaza, con su verborragia precisa, locuaz y meditada.

Al primero que reconocemos es al propio Juan Pablo Geretto, quien con pinceladas abstractas nos retrotrae a su infancia, para contarnos algunos de sus misterios. Frases al viento que explican su personalidad, su hoy, su por qué. Y cuando uno se entusiasma, de puro chusma que es, irrumpe Ana María, la primera de sus tres mujeres, en la que concentra el universo de la amante. Ella es la otra de un hombre que por sus detalles, toda mujer caería rendida a sus pies. Lo interesante de ella es su tranquilidad, sus tiempos, el culto que hace de su condición y de cómo banaliza lo trascendental de la vida, como pueden ser las fiestas en familia, el amor de pareja  y el hogar. Su victimización confunde y ese es uno de sus mayores aciertos. Con solo una mascota en su mano, su perro Apolo, Geretto hace un monólogo de lujo.

Luego llega Nelly, una anciana que va a visitar a una amiga enferma al hospital. Otro ícono de la mujer de todos los tiempos, que despotrica contra su familia y con el lugar que el mundo le va dejando. Ácida en todo su discurso y antipática por demás, reconoce hablar con el fantasma de su ex marido, en cada uno de los truenos. Oscuramente divertida, aquí el actor también se luce con un hilo que parece no cortarse nunca, ni en sus silencios, ni en sus respiraciones, menos en sus balbuceos. Es no quererse reír ni un segundo para no desatenderlo. Otro gran acierto.

Entre uno y otro, Geretto sigue dándonos a cuenta gotas su verdad. La mirada que tuvo de niño, por momentos incomprendida, por momentos de vanguardia. Y es al final, en su epílogo, donde llega su personaje menos efectivo. La madre de “Chucky”.  Una rústica mujer de estridentes colores y lenguaje básico, acelerado, histérico y decadente. Cumbiera en su tonada, con estética de bailarina de "Pasión de Sábado" y el empaste de esas mujeres agobiadas por ser el eje de una familia poco tradicional. El problema es que desentona. Eleva un nivel de emoción y a la inversa de sus mujeres anteriores, donde lo interesante era su interior, ella expone lo visual. Si todo venía en un nivelo superlativo, con esta madre que busca a su hija en comisarías por llevar una mala vida; Geretto se pone a la altura de cualquier humorista.

El resultado final de "Como quien oye llover" es altamente favorable para el propio actor, porque lo que logra en la mayoría de sus relatos, es de una concepción artística inigualable. Sin una tos de más, ni un paso de menos. Todo matemáticamente preciso, para acompañar a esas mujeres en sus miserias, a él en su analítica infancia y reír inteligentemente. No entra en su arte el chiste fácil, y se agradece siempre. 

Por Mariano Casas Di Nardo 

sábado, 1 de agosto de 2015

"Sr. Imaginación"

Un infantil dedicado a los adultos suena extraño, pero llevado a cabo con precisión y sabiduría, puede resultar interesante. Una propuesta para que los padres que rondan los cuarenta años, puedan divertirse con sus hijos. Y esto es lo que logró su autor Pablo Gorlero con la obra “Sr. Imaginación” –Canciones para cantar con mamá y papá-. Las versiones de los Pipo Pescador, Julieta Magaña, Gaby, Fofó y Miliki, Carlitos Balá y Xuxa, enmarcadas en un contexto que hace que no sepa a añejo y que pueda ser divertido para todos. No es un baúl donde se sacan recuerdos vetustos sin sentido, apelando a la nostalgia obvia; sino una puesta con el código del infantil, para que disfruten todos. Pocas veces los padres nos divertimos en una obra para niños, y esta es una de ellas.

El acierto de su director, el mismo Gorlero, también reside en la materialización de la idea. Porque no deja la magia en las solas canciones, que ya cuentan con toda un aura de emotividad pesada, sino que trae a prestigiosos actores de la comedia musical, para que las ejecuten. Profesionales del baile y del canto, para interpretar a esos niños inquietos. Un lujo absoluto que Flor Benítez, Elis García y Magalí Sánchez Alleno, sean esas amigas que comienzan a revolver su habitación de juguetes descoloridos. Se suma, Pablo Graib, quien como Súper Kevin, equilibra la historia. Hay mucho de los 80, pero el súper héroe es claramente actual. Y entre un polo y el otro, Facundo Magrane, sorprende con un personaje fabulesco.

Haciendo hincapié en sus cinco protagonistas, escuchar canciones históricas en sus voces, es fusionar el recuerdo de una infancia pasada, con el talento que vemos actualmente en cualquiera de las multipremiadas comedias musicales que brillan en la Avenida Corrientes. Y sus coreografías precisas y modernas, demuestran que nunca se subestima nada. El tecnicismo de años de estudio, puesto a disposición de una obra infantil. Para aplaudir.

Inspirada en la canción “Señor imaginación” de Sergio Dantí, la obra termina siendo un todo que eleva la atención de grandes y chicos. Los primeros por revivir canciones que llevan consigo imágenes, olores y lugares; y los segundos, por disfrutar de lo que ellos reconocen y por ver a sus mayores entusiasmados. No son risas de unos y muecas de otros, sino una mancomunión de alegría familiar.

“Sr. Imaginación” es una perlita de teatro infantil, que se cuela entre tantos tanques comerciales, con la autoridad del ser genuino, artístico y entretenido. Tres factores que no siempre se articulan cuando el público es el más pequeño.

Por Mariano Casas Di Nardo

lunes, 22 de junio de 2015

"Sexo con extraños"

Disfrutar de la obra "Sexo con extraños" es saber por dónde pasa la vida hoy. Significa entender que el amor ya no se nutre de esas batallas épicas y paradigmáticas como las de Romeo y Julieta, como tampoco del acartonamiento del macho rústico de Rick Blaine, seduciendo a la indefensa Ilsa Lazlo con un cigarrillo y vistiendo sobretodo. Que una mujer descreída del hombre y sus falsas promesas de amor eterno, puede sucumbir ante la irreverencia de un adolescente petardeante. Y que la felicidad puede aumentar en sincronía con los seguidores de Twitter y los “me gusta” de Facebook. Esa es la vida hoy, aunque quiera negarse, y eso es lo que plasman a la perfección su autora Laura Eason (guionista de "House of Cards") en la teoría, y Diego Corán Oria, Guillermina Valdés y Gastón Soffritti, en la práctica.

Si en las matemáticas, el orden de los factores no altera el producto, en esta obra, se produce todo lo contrario. Porque el efecto dominó hace que todo sea preciso. Si Ethan Kane fuese un perdedor, jamás de los jamases podría llegar a conquistar a la excesivamente bella Olivia Lake, como si ella fuese una escritora consagrada, sus custodios evitarían que cualquier jovencito indomable, se le acercara a cien metros a la redonda. Pero se da todo lo contrario y así llegan a encontrarse. En un hotel abandonado no se sabe por qué, un gurú hace de Cupido tácito y ellos terminan por retroalimentarse.

"Sexo con extraños" es simplemente brillante porque están los que tienen que estar. Con otros protagonistas, no estaríamos seguros del mismo resultado. Guillermina Valdés rompe esa burbuja que la separó del mundo terrenal y se muestra tal cual es; y Gastón Soffritti confirma el axioma que hoy a los veintialgo se puede ser talentoso, emprendedor y exitoso. Claro, Diego Corán Oria ordena todo, pone un mismo tamiz y los potencia. Para aplaudir y volver a aplaudir.

Ethan Kane (Gastón Soffritti) es un blogger estrella como los hay tantos en la actualidad, con la diferencia que sabe que lo que hace es una basura. En las antípodas, se encuentra Olivia Lake (Guillermina Valdés), que se cree una basura, sabiendo que lo que escribe tiene calidad. Él maneja las redes sociales y la tecnología a la perfección, ella aún cree en los agentes literarios y el protocolo editorial. Y con estos dos perfiles, el encuentro se vuelve inevitable. Dos generaciones que en su primera instancia deben rasparse para luego sanarse las heridas. La excitación de Ethan es inherente al que sabe que está por conquistar a la mujer de sus sueños; si la deja pensar, la pierde. Y la parsimonia de Olivia es un textual de la mujer cansada de que le prometan el infinito como aduana para conseguir su cuerpo. Él es un torbellino y ella un alma gris y dormida. Y en ese desequilibrio actoral, reside la clave de todo.  

Definitivamente "Sexo con extraños" moviliza. Guillermina Valdés hipnotiza desde sus movimientos, belleza y desinterés; Soffritti sorprende porque lleva al máximo nivel de realidad a la generación de hoy, mientras que Diego Corán Oria confirma que es uno de los directores jóvenes más talentosos del teatro argentino. Un acierto la elección del libro y su realización. Ideal para indagar en esta actualidad que tal vez nos resulte ajena. 

Por Mariano Casas Di Nardo

domingo, 7 de junio de 2015

"UNA"

En “UNA”, Vanina Szlatyner nos propone un juego histérico y esquizofrénico al cual todos jugamos puertas adentro. Monólogos internos vestidos en diferentes personajes para dejar salir nuestros fantasmas más incorrectos en todos los sentidos. En un marco formal, serían bestias miserables, en esta locura que plantea su autora, que dirige el preciso Eduardo Bertoglio e interpreta la misma Szlatyner, criaturas adorables. Cuatros mujeres que con maquillaje y acidez, hacen lucir la deformidad.

En un escenario milimétricamente desordenado de cajas, en penumbras y abolido por el no tiempo y el sin lugar, una mujer en su estado más puro, desnuda y sin prejuicios, comienza a recrear sentimientos.  Cada rincón de esa órbita expectante, es un mundo, un dolor distinto, un amor que no se consumó. Y entre ellos interactúa la discriminación, la muerte, la infelicidad, la sexualidad en su peor expresión, el resentimiento y la dejadez. Ese deseo de vomitar las miserias para descansar en paz. “UNA” es una forma sutil y simpática, de decir las cosas que de otro modo, serían censurables.

Una teoría histórica hace referencia a la Síntesis. La misma sería la obra, la Tesis el libro original de Vanina Szlatyner, mientras la Antítesis la bajada a tierra de Eduardo Bergoglio. Se necesitan. Porque la brutalidad del texto, necesita la mirada de su director para que no nos choque. Y así disfrutamos de arte. Es arte sobre un escenario. En movimiento, orgánico; de esos que por momentos nos empuja y codea, para después acariciarnos. Si Szlatyner no actuara así, Bertoglio no estaría, como si su director no tuviera ese panorama teatral en su cabeza, Vanina no lo hubiese convocado. Una bola de nieve que se retroalimenta y termina de explotar en nuestra cabeza de espectador.

Nada es azar en “UNA”. Ni la cajita más chica que está al fondo, menos el vestuario, tampoco la iluminación o su música. Todo lleva a resaltar el concepto de estas mujeres. Su programa de mano, entregado en la previa, ya es un indicio. Porque sea teatro independiente, no escatima en calidad.
“UNA” también podría ser uno. Pensamientos oscuros que nos emparentan, aunque una esté dando el alma y el cuerpo en el escenario, y uno esté paralizado y atento, sentado a metros suyo.

Por Mariano Casas Di Nardo

lunes, 30 de marzo de 2015

"Princesas zombies"


Un renovado y cálido aplauso para el dramaturgo y director Leandro Montgomery, quien sabe qué ofrecerle a los más chicos y divertirlos por demás. Y aunque parezca simple, lleva consigo una gran complejidad. Sobre todo porque los más chicos no tiene filtros. Si les gusta, están atentos; si no les gusta, comienzan a aburrirse y a molestar. Con “Princesas zombies”, no solo entretiene sino que logra que toda la platea infantil quiera ser parte de la obra. Mientras Blancanieves, Rapunzel y Cenicienta hacen de las suyas, ellos anticipan el guión, advierten y comentan con los protagonistas. Sin duda, un acierto esta versión “terrorífica” de las heroínas de Disney.
                        
Si bien el espacio del teatro “Terraza Teatro Bar” del complejo La Plaza es diminuto, el minimalismo escénico con el que cuenta su director, sirve para lograr su cometido. Todos los espectadores desde el inicio ya entramos en la obra, por lo que metros más o metros menos, no hacen a la cuestión. La obra es ágil, veloz y si hubiese que medirla en rating, el minuto a minuto resultaría positivo.

La trama inicia con Blancanieves, Rapunzel y Cenicienta convertidas en zombies por el malvado Dr. Epidémicus (Ariel Blanco). Su objetivo es convertir a todo el mundo en zombie, para él poder dominarlo, ya que es el único que conserva la pócima para revertir sus efectos. El problema surge cuando aparece Elsa (la princesa que congela todo en “Frozen”), quien aún no cayó en sus garras. Y allí comienza a sucederse un sinfín de idas y vueltas.

Logrado vestuario (punto para Bárbara Lloves Millán), un mínimo de iluminación pero compleja e hipnotizante música original de Yair Hilal, para demostrar la deformidad que destilan las princesas en su lento y patético caminar.

En plena época donde el terror llegó a los consumidores más pequeños, con ídolo como “Plants Vs. Zombies” y “Monster High”, esta versión Clase B de Disney, es un completo éxito. Para ir con los más pequeños y divertirse en familia. Al final de la obra, como ya es un clásico de nuestra cartelera infantil, los protagonistas esperan para la foto de protocolo, que luego será facebookeada, twiteada o publicada en Instagram. Cultura 4G.

Por Mariano Casas Di Nardo