viernes, 28 de septiembre de 2012

Diva –fuego en el teatro–


Diva es ese estilo de obras que cada uno ve lo que quiere ver.  Un libro superior del que cada uno se prende de lo que más lo refleja. Podríamos hablar sobre el rencor que tiene el ser amado y desilusionado, como también de los desencuentros de quienes ven el amor de distintas formas; o simplemente de la perversión que siente un corazón herido. Pero Diva es todo lo mencionado y más. Es la trastienda de un varieté, es humor negro en su estado más primitivo, es pasión, es fuego y es un cuasi monólogo de quien cuenta una vida llena de halagos y humillaciones. Poco cielo y mucho infierno. Igualmente, la historia está concluida de antemano, sin embargo, el recorrido hasta su final, es lo que nos atrapa desde el inicio.

Todo se centra en nuestra diva. Una estrella del teatro venida a menos; conclusión a la que llegamos a través de la tristeza que vive en sus anécdotas, de los fracasos que resultaron sus aires de gloria y en lo equivocada que será su decisión. A su lado, se encuentra Ladislado, su ex marido, quien maltrecho por un incidente del pasado, evidencia además, secuelas de su degradé sentimental. Los años pasaron, el tiempo consumió sus ideales pero aún así, siguen sin escucharse. Una conducta que pareció regir sus vidas y por la que pueden perderlo todo, si es que aún hay algo entre ellos, más que rencor, odio y amor.

Impactante actuación de Marcelo Iglesias en su papel de Diva, quien destila asco en su irascibilidad, compasión en su humildad y temor en su locura. A su vez, Isaac Eisen, es el contrapunto ideal para descansar en sus pausas, tras el arrollador discurso que promueve nuestra protagonista en todo momento. Ellos parecen nunca encontrarse, pero aún en la distancia emocional que plantean, sus cuerpos cercanos son los que le dan vida a estos diálogos unilaterales.

La acertada dirección y puesta en escena de Gerardo Begérez y el vestuario de Martín Sal, hacen que la historia sea un todo irrevocable. Sin embargo, cuando todas sus puntas son para la admiración, seguirá siendo el libro de Patricia Suárez lo que perdure en nuestro consciente. Diva luce en escena, pero cuando nos olvidemos de lo tangible, quedará la esencia de una historia tan patética como universal.

Por Mariano Casas Di Nardo

domingo, 9 de septiembre de 2012

3 mitades


El José María Muscari de 3 mitades no es el director provocador e irritante que brilla en el teatro independiente. Tampoco es aquel que deslumbró con la primera versión de Piel de chancho, menos el que propagó la decadencia con la inigualable y triste Escoria. Este es el que tiene que pagar las expensas, el que ve aumentar su cuenta corriente a medida que una cartelera de la Avenida Corrientes muestra su nombre y el que ve crecer su popularidad con cada aparición en televisión. Claro, este Muscari soft, más cercano al de Cash que al de Shangay, nunca hubiese existido sin aquel que se proclamó irreverente en serio, cuando apareció en escena con sus primeras obras, transgrediendo todas las leyes de lo que no se podía hacer sobre las tablas. El mismo que cacheteó a todos con los cuadros estéticos que regalaba Catch, mostrando a una actriz orinando en vivo dentro de un barril de metal. En contraposición al Muscari crudo, las caricias y los besos de Moria y Sofía, son guiños de buen gusto. 

3 mitades viene a sacudir la modorra de Doña Rosa y a movilizar el morbo del público no teatrero. Mucha previa, preconceptos y debates televisivos, que se van apagando a medida que progresa la obra, imaginando cambiar ese tan mentado elenco, por uno que tenga más impronta muscariana. Diálogos picantes que quedan en un segundo plano por la fuerte presencia de todo lo escuchado con anterioridad. Podría estar recitando Shakespeare Moria Casán, que la atención igual se centrará en la intensidad con que su mano roza o no la piel de Sofia Gala Castiglione. Podría ser una fotografía eterna de la obra de Muscari el triangulo entre estos tres amantes, pero el objetivo hará foco en si la boca de Sofia entra más o menos en la de su madre, amante o como se la quiera llamar. Con Hollywood Ending, Woody Allen incluyó como novedad el cine en el cine; bueno, en 3 mitades, Muscari incluye el escándalo mediático en el teatro. Sus fanáticos esperarán por su próxima obra, porque claro, su crédito sigue más que abierto; los que no lo conocían, ya tienen una mínima aproximación a su arte.

La historia cuenta el hastío vivido por un matrimonio de cincuentones, que entre sus ínfulas no logradas y la mediocridad vivida, se quieren tanto como se molestan. El agotamiento hizo carne en ellos y la resignación cubrió todo, incluso los deseos de infidelidad. Moria es Benita, una agente inmobiliaria que se siente atraída por una perfumista mucho más joven que ella (Sofía Castiglione en su papel de Mae), actual amante de su pareja Teo (Mario Pasik). Una trifecta Made in Muscari, que ellos mismos, con poca gestualidad, menos emoción y cero asombro, se encargan de diluir en cada interacción. Solo sus monólogos son para destacar, sobre todo cuando Moria Casán, afila su lengua y pone su magia innata de show woman a disposición de Benita. Todo el resto, muy lavado para lo que se espera de este dramaturgo y polémico director.

Sin sorpresas en un guión que solo faltó ser difundido a través del Boletín Oficial, la obra encuentra sus puntos más altos en el recorrido que hacen los actores sobre el escenario, en el armado de espacios imaginarios solo moviendo dos o tres sillas y en el juego de luces que denota pasión, engaño o confesión. El vestuario y la presencia de ese rojo tan almodovareano, hacen al menos, que a simple vista, la provocación esté. Después, el rito de haber visto sobre las tablas a Moria Casán y a su hija, aunque el más creíble sea Mario Pasik.

3 mitades es la versión tribunera de José María Muscari. Es que del teatro Off no se puede vivir. Los sabemos todos y por eso, lo entendemos y respetamos.

Por Mariano Casas Di Nardo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Cassette


Casette es esa parte de nuestra memoria consciente que se niega a morir. Ese ser que vive dentro de nosotros y perdura aunque las tecnologías y los avances hagan sus cursos lógicos. También es el teatro dentro del teatro. Esos paisajes que todos los que viven de las tablas conocen y padecen a la perfección y los que no, intuyen o creen. La génesis de una obra o las primeras pulsiones de un personaje, dentro de los personajes que conforman la misma obra. Cassette es cíclica; un loop que bien podría ser eterno, si su director tuviera la intención imposible, de hacer de la obra, la vida misma.

El libro de Juan Crespo deja en claro la historia que se va a contar. Los personajes cómo son y los diálogos cómo van a suceder. Y sobre todo ello, el manto de subjetividad y encuadre que su director Tadeo Pettinari hará para perforar las cabezas de los espectadores con sus retratos estéticos y desplazamientos centrífugos. Seis actores que parecen diez; claras y precisas situaciones, que parecen multiplicarse por segundo. Porque los actores muestran un aceleramiento físico y textual que nos obliga a seguirlos. Llegamos a buen puerto, aunque el viaje es por momentos tedioso y urticante. Pero al final del cuento, sentimos esa adrenalina de haberlo disfrutado.

Con un reparto que no encuentra fisuras y que termina por contar la historia de la forma más creíble y real, son Julián Balleggia y Soledad Cicchilli los que más se lucen, potenciando al resto. Otro punto alto es el de Julio Vega, quien ilumina a criterio del director lo que tenemos que ver y lo que no, como un titiritero de nuestra mirada, que no puede escapar a su voluntad. El vestuario, crédito de Mariela Iturregui les da la impronta exacta a cada uno, para que fijen posiciones.

Cassette no emociona ni deja a la reflexión, pero intranquiliza; y sentir eso en el teatro, es más que válido.

Por Mariano Casas Di Nardo.