viernes, 7 de septiembre de 2012

Cassette


Casette es esa parte de nuestra memoria consciente que se niega a morir. Ese ser que vive dentro de nosotros y perdura aunque las tecnologías y los avances hagan sus cursos lógicos. También es el teatro dentro del teatro. Esos paisajes que todos los que viven de las tablas conocen y padecen a la perfección y los que no, intuyen o creen. La génesis de una obra o las primeras pulsiones de un personaje, dentro de los personajes que conforman la misma obra. Cassette es cíclica; un loop que bien podría ser eterno, si su director tuviera la intención imposible, de hacer de la obra, la vida misma.

El libro de Juan Crespo deja en claro la historia que se va a contar. Los personajes cómo son y los diálogos cómo van a suceder. Y sobre todo ello, el manto de subjetividad y encuadre que su director Tadeo Pettinari hará para perforar las cabezas de los espectadores con sus retratos estéticos y desplazamientos centrífugos. Seis actores que parecen diez; claras y precisas situaciones, que parecen multiplicarse por segundo. Porque los actores muestran un aceleramiento físico y textual que nos obliga a seguirlos. Llegamos a buen puerto, aunque el viaje es por momentos tedioso y urticante. Pero al final del cuento, sentimos esa adrenalina de haberlo disfrutado.

Con un reparto que no encuentra fisuras y que termina por contar la historia de la forma más creíble y real, son Julián Balleggia y Soledad Cicchilli los que más se lucen, potenciando al resto. Otro punto alto es el de Julio Vega, quien ilumina a criterio del director lo que tenemos que ver y lo que no, como un titiritero de nuestra mirada, que no puede escapar a su voluntad. El vestuario, crédito de Mariela Iturregui les da la impronta exacta a cada uno, para que fijen posiciones.

Cassette no emociona ni deja a la reflexión, pero intranquiliza; y sentir eso en el teatro, es más que válido.

Por Mariano Casas Di Nardo.

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