sábado, 15 de mayo de 2010

Afterplay

La vejez da una mirada retrospectiva sobre la vida. Hace reflexionar sobre lo pasado. Sobre lo que ya no existe o lo que ya se consumió por el devenir del calendario. Permite recapacitar una y mil veces, con la única opción de poder transmitir a los demás las conclusiones; esas que con los años se llama sabiduría. Porque todos sabemos que no se puede volver el tiempo atrás ni modificar nada. Y todo tiene su tinte nostálgico. Repasando recuerdos que sólo viven en fotografías o en canciones. Las caras se desdibujan, las calles se modernizan y los amores fugaces se idealizan. Y así sólo queda el futuro; o el de los otros mejor dicho.

Pero existe una instancia previa. La de Sonya y Andrey. En la que se vive entre un pasado de amor y penas y un presente sin proyección. Viviendo el ahora. Padeciendo historias inconclusas y añorando una inmediatez efímera. Afterplay es eso. Una mirada borrosa de todos los pretéritos. Contado en la Rusia de Chéjov, con dos de sus personajes más adorables, pero bajo la narrativa de Brian Friel, autor que toma esencias prestadas para contar su propia historia.

Andrey Prozórov –personaje salido de la obra Tres hermanas de Antón Chéjov– y Sonia Serebriakova –rescatada de Tío Vania, otra obra del mismo autor–, se encuentran en un bar perdido de Moscú, una noche donde el hastío comenzaba a helar los cuerpos. Ella, vencida por el tiempo y sus desamores, trabajaba sobre la contaduría de su finca cuando él, un vendedor de ficciones y artista por naturaleza, irrumpe su calma. Hasta ahí dos desconocidos; dos realidades opuestas que convergieron en una mesa de poco brillo. Ella camina sobre el hielo que pavimentó sus años; él sobrevuela los escombros que evidenciaron sus lazos sanguíneos. Un té con vodka y una sopa con un pan negro, serán los testigos de un flechazo repentino. La vida pareciera quererlos juntos pero ellos se empecinarán en torcer el destino.

Con un convincente e impecable trabajo de Miguel Moyano en su rol de Andrey, Afterplay consigue momentos de increíble realismo. Todo se torna frío y sombrío. Y los relatos parecieran ser reconocidos por todos los presentes. Por su parte, Lidia Catalano acompaña a este ser comprador y amigable, a paso firme. La adaptación, puesta en escena y dirección corre por cuenta de Marcelo Moncarz, quien logra que todo vaya por una misma línea. Otro punto a destacar es el ojo de su vestuarista, Cecilia Stanovnik, quien recrea las desdichas de estos personajes de la forma más fiel.

Afterplay es una obra esperanzadora. Tristemente esperanzadora. Con la presencia de Miguel Moyano y la dulzura de Lidia Catalano. Un guión maravilloso para un relato que deja tantas luces encendidas como apagadas.

Por Mariano Casas Di Nardo.

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