sábado, 22 de mayo de 2010

Los modernos –Fo, el filoso–

Existen muchas clases de teatro. En primera instancia: los comerciales, los independientes y Los Modernos. Después están los dramas, las comedias, las tragedias, los infantiles, los monólogos y Los Modernos. A su vez, estos relatos pueden ser progresivos, fragmentados o como lo hacen Los Modernos. Y una vez aclarado el rubro, aprovechar la verborragia discursiva, los silencios expectantes o lo de Los Modernos. Porque ellos son un concepto en sí mismos. Tan inclasificables como geniales.

Entonces esclarezcamos la situación. Alejandro Orlando (cordobés) y Pedro Paiva (uruguayo) hacen humor. Y a partir de esa base, deliran. Vestidos con elegantes sacos, camisas blancas y polleras negras, los únicos dos protagonistas, teorizan. Sin recurrir a lugares comunes ni a las groserías ni a lo cotidiano del ser humano. Toman el diccionario y desde la metamorfosis de la palabra, disparan un sinfín de tramas. Algunas quedan en la nada siendo sólo ironías del lenguaje, y otra dan pie a otras afirmaciones suicidas. Por momento son cíclicas, por momentos tangenciales o simplemente, se van por las ramas.

Los Modernos son dos monologuistas que al unísono o intercalados, relatan pareceres de nuestra idiosincrasia. Filosofean, interpretan y psicoanalizan la realidad. Sus experiencias no cuentan, todo para ser a priori. Y cuando la razón está en jaque, recurren a “Fo”, el filoso, quien despeja toda duda y le da nombre a su espectáculo.

Puede decirse que hacen humor inteligente o hacen juegos de palabras que parodian los teoremas de la existencia. O también decirse que están locos. Que ni ellos saben lo que hacen durante la hora y cuarenta que hablan sin parar. Pero son divertidos. Para disfrutarlos y recomendarlos. De lo mejor de la cartelera porteña actual.

Por Mariano Casas Di Nardo

sábado, 15 de mayo de 2010

Afterplay

La vejez da una mirada retrospectiva sobre la vida. Hace reflexionar sobre lo pasado. Sobre lo que ya no existe o lo que ya se consumió por el devenir del calendario. Permite recapacitar una y mil veces, con la única opción de poder transmitir a los demás las conclusiones; esas que con los años se llama sabiduría. Porque todos sabemos que no se puede volver el tiempo atrás ni modificar nada. Y todo tiene su tinte nostálgico. Repasando recuerdos que sólo viven en fotografías o en canciones. Las caras se desdibujan, las calles se modernizan y los amores fugaces se idealizan. Y así sólo queda el futuro; o el de los otros mejor dicho.

Pero existe una instancia previa. La de Sonya y Andrey. En la que se vive entre un pasado de amor y penas y un presente sin proyección. Viviendo el ahora. Padeciendo historias inconclusas y añorando una inmediatez efímera. Afterplay es eso. Una mirada borrosa de todos los pretéritos. Contado en la Rusia de Chéjov, con dos de sus personajes más adorables, pero bajo la narrativa de Brian Friel, autor que toma esencias prestadas para contar su propia historia.

Andrey Prozórov –personaje salido de la obra Tres hermanas de Antón Chéjov– y Sonia Serebriakova –rescatada de Tío Vania, otra obra del mismo autor–, se encuentran en un bar perdido de Moscú, una noche donde el hastío comenzaba a helar los cuerpos. Ella, vencida por el tiempo y sus desamores, trabajaba sobre la contaduría de su finca cuando él, un vendedor de ficciones y artista por naturaleza, irrumpe su calma. Hasta ahí dos desconocidos; dos realidades opuestas que convergieron en una mesa de poco brillo. Ella camina sobre el hielo que pavimentó sus años; él sobrevuela los escombros que evidenciaron sus lazos sanguíneos. Un té con vodka y una sopa con un pan negro, serán los testigos de un flechazo repentino. La vida pareciera quererlos juntos pero ellos se empecinarán en torcer el destino.

Con un convincente e impecable trabajo de Miguel Moyano en su rol de Andrey, Afterplay consigue momentos de increíble realismo. Todo se torna frío y sombrío. Y los relatos parecieran ser reconocidos por todos los presentes. Por su parte, Lidia Catalano acompaña a este ser comprador y amigable, a paso firme. La adaptación, puesta en escena y dirección corre por cuenta de Marcelo Moncarz, quien logra que todo vaya por una misma línea. Otro punto a destacar es el ojo de su vestuarista, Cecilia Stanovnik, quien recrea las desdichas de estos personajes de la forma más fiel.

Afterplay es una obra esperanzadora. Tristemente esperanzadora. Con la presencia de Miguel Moyano y la dulzura de Lidia Catalano. Un guión maravilloso para un relato que deja tantas luces encendidas como apagadas.

Por Mariano Casas Di Nardo.